Amores sueltos
Tengo dos amores perdidos entre la gente que, imagino, cada día suben en tranvía o en algún autobús de ciudad. Perdidos en las calles de peatones que van sin rumbo. En avenidas anchas donde pueden soñar sin ser interrumpidos. Se me perdieron entre miles de cosas pendientes. Cosas por hacer a las que no llegamos a tiempo O más bien, ahora que lo pienso, llegamos a ellas a destiempo. A uno de estos amores que me atrapan, le faltó cariño desde que llegó a un mundo incierto donde nadie lo esperaba e imperaba el desconsuelo, el hambre y unas mentes mal colocadas. Allí le tocó nacer y crecer sobre sus piernas flacas, regalando lo único que tenía: unos ojos brillantes y una sonrisa sincera. Creció a tropezones. Entre familias donde estorbaba y cariños que no pudo atesorar por mucho tiempo. Su cabecita de pelo gitano, le regaló momentos de tregua. Pero fueron más, los días sin horarios donde su mundo iba de cabezas porque no tenía un mundo claro. Se le escapaban los horarios junto a la medicación que tomaba para descansar. Así lo quise. Así lo entendí. Así lo escuché tantos días donde hacíamos planes de un futuro que ni siquiera sabíamos si llegaría. Hoy sé que está en alguna casa fría y oscura. Sin rumbo, a la deriva de sus sueños de adolescente que no sabe muy bien cuáles son los colores primarios. Lo quiero y lo espero. Para nuevamente sumergirme en sus locuras y su amor desinteresado.
El otro amor que tengo perdido, es de otro calibre. Es un amor enredado en años de espera. Un amor de hombre grande de manos generosas. Lo imagino vagando por calles frías donde sus largas piernas esperan respuestas. Este amor me desvela. Me quita noches de sueño, me baja a profundos infiernos de impotencia entre lo que sé y lo que desconozco. Y andan allí, cerca. Perdidos entre las gentes que sé suben y bajan por los escalones del vivir diario.