Bla, bla, bla
No paraba de hablar mientras se encargaba de realizar las labores domésticas de mi casa. Mi cabeza se iba inflando de ese bla, bla continuo, que al penetrar a través de mis oídos se iba impregnando en mi estrecho cerebro.
En su trabajo era muy eficaz, pero esa contingencia verbal me estaba atormentando y la cefalea, mostrando su agresividad, me visitaba con más frecuencia.
Al tercer día, sentí que ni una palabra más cabía en mi cabeza. Desquiciado, hice lo que tenía que hacer. Apunté en su sien y se acabó todo, pero no de la forma que yo quería.
Una vez recogido su cuerpo, que por cierto tuve que trocear para que cupiera en la bolsa, lo tiré en el contenedor de basura más cercano. La próxima vez que me suceda, me aseguraré que el botón del mando que pulse sea el del modo silencioso y no el de autodestrucción, que se utiliza en caso de que el androide se revele.