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La fruta de la pasión

Miraba la aparente extrañeza de la montaña roja, recostada sobre la arena pálida con mi piel tendida al sol; que no me resultaba implacable, sino cálido como un beso de tus labios, que de pronto se entretiene voluptuoso sobre mi espalda.

Las pequeñas ráfagas de viento me envolvían en una agradable caricia salpicada de sal, que me sabía a ti. Relamí despaciosamente la sal de mis labios con los ojos cerrados para evocar de forma más profunda el sabor de tu piel en mi lengua sedienta.

Las palmeras de la orilla acariciaban la arena con un sutil movimiento de sombra agazapada. Algunos perros que deambulaban libres por la playa, buscaban en ella un momentáneo descanso a sus libertinos juegos.

Alguien me ofreció una de esas frutas de la pasión abierta y jugosa; así que no dude en aplacar mi sed, saboreando aquel agridulce manjar, que tan mansamente se dejaba morder por mi boca.

La montaña roja seguía allí, mágica y serena, con su extraña apariencia, dejándose rodear por el mar salpicado de blancos flecos, deseosos de poseerla.

Te recordé con la excitación que me produce rememorar el tacto de tu dedo, dibujando corazones en las copas de mis pechos; mientras el dulce jugo de la pasión mojaba mi sed y tu recuerdo.


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