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La Torre Eiffel desde la ventana


La economía de mi bolsillo me había obligado a coger aquella muy buena y tentadora oferta que por todas las redes sociales publicaba la conocida aerolínea. Así que por ajustarme a mi presupuesto, cosa que era imprescindible, y por las incontenibles ganas que tenía de visitar mi hogar materno lo antes posible, escogí aquel vuelo que me llevaría a mi destino tras una breve escala en París.


Era la primera vez que realizaba un recorrido de tal naturaleza. Muchas horas de vuelo, una parada en Francia y la travesía de pasar por cinco aeropuertos iban a ser mi itinerario de viaje. He de confesar que la emoción de la aventura me embargaba, pero al mismo tiempo estaba consciente de que sería un muy largo y agotador trayecto que haría en solitario y sin mas compañía que mi equipaje, por lo tanto, no dejaba de asustarme un poquito aquel osado recorrido.


Esta vez y como siempre, me acompañó la buena estrella; he de reconocer que siempre he presumido de tenerla en todos los asuntos de mi vida. Así que los cinco aeropuertos, los controles de seguridad, los innumerables escáneres, las puertas electrónicas e inclusive las cacheos físicos a mi persona y a mi equipaje de mano, que tuve que sortear, en este viaje que describo, resultaron realmente risibles de cara a las grandes expectativas que me había creado, sobre todo, cuando pensaba que mis escasos conocimientos de francés no me iban a ayudar mucho a la hora de que necesitara explicar algo o responder alguna pregunta en la escala que tenía que hacer en el aeropuerto Charles de Gaulle en París, en consecuencia, al no tener ningún tipo de complicación y por el contrario al toparme con caras amables y sonrientes en los controles, aquel viaje resultó ser una enriquecedora y grata experiencia.


Cuando ya sobrevolando Francia, nos anunciara el capitán de la aeronave que estábamos próximos a llegar al aeropuerto Charles de Gaulle, recuerdo que con mi móvil en mano y preparada para tomar fotos desde la ventanilla del avión, me dispuse a no quitar la mirada ni un instante de la misma, de modo de poder conocer y admirar desde las alturas a la hermosa ciudad de la luz. Para mi suerte era de día y un cielo claro y despejado permitía al sol iluminar a la famosa capital. Ya sobre París, que me resultó ser muy grande y bonita, me di el gusto de fisgonear con atención a través de la ventanilla todo lo que pudieran captar mis ojos, especialmente buscaba a la famosa Torre Eiffel que con ansias anhelaba ver.


Observando muchos edificios, urbanizaciones, zonas verdes e impresionada por el ancho rio Sena que atravesando la ciudad de largo a largo parecía dividirla en dos mitades iguales no quería perder detalle de todo cuanto veían mis ojos, sobre todo por lo que parecía ser mi obsesión, ver a la célebre Torre Eiffel.


Y de repente allí estaba. De un color cobre oscuro y cubierta de brillo apareció ante mis ojos bien puesta sobre una amplia zona verde llena de árboles, inmediatamente una espontánea sonrisa se dibujó en mi rostro. Tratando de detallarla lo mejor posible me di cuenta que debía ser muy alta pues las casas que observé a su alrededor se veían diminutas. Belleza y singularidad, sensaciones que se impregnaron de mí al observarla. Maravilla del ingenio del ser humano, pensamiento que me invadió. Sentí alegría por tener el privilegio de verla y acto seguido tomé la decisión de no hacer ninguna foto, pues era mas importante no perder ni un instante y aprovechar al máximo su visión mientras la velocidad del avión me lo permitiera, que perder valiosos minutos al manipular el móvil para enfocarla.


La recuerdo como si de una niña bonita se tratara que danzando sobre un reluciente jardín verde fuera la predilecta y presumida hija de la afamada ciudad de la luz. Tal es el imborrable recuerdo que me quedó de aquel sorpresivo y estupendo viaje, ver la Torre Eiffel desde la ventana.

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