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La calle donde la palabra es mujer


Posiblemente, en estos días, el Festival Mueca habrá llenado numerosos párrafos en las páginas culturales de los principales periódicos de Tenerife, y, con seguridad, halagarán en mayor o menor medida a la organización, a la participación ciudadana o a la implicación de los patrocinadores y de los empresarios locales, pero, especialmente, al arte derramado por la multitud de artistas que se dejó ver por las calles del Puerto de La Cruz.

Lo normal sería que, a continuación, uno se detuviera a escribir sobre algunos de los espectáculos más esperados, los más visitados por el público, aquellos por los que la gente decía que valdría la pena hacer cola durante más de una hora. Y doy por hecho que valió la pena esperar, porque hubo talento de sobra en todos los escenarios y calles.

Pero de todos los lugares posibles, me pararé en un pintoresco rincón de la Calle de Las Palabras (Calle de La Hoya, el resto del año), entre las tiendas de recuerdos y una insistente brisa, porque allí llovió el sábado la poesía de Furia Kalo, una nueva formación que destila Arte en cada uno de los cuerpos de mujer que lo componen, y que sirvió versos en copa de cristal a quien quisiera detenerse a escuchar.

Furia Kalo nació de la necesidad de visibilizar la figura de la mujer creadora y liberarla del tópico mujer-musa para reivindicar la existencia de una voz propia. Ya desde su presentación, Silvia Rivero, una de sus componentes, defendió “la normalización de la poesía como una actividad cultural y de ocio habitual en los circuitos culturales y de entretenimiento”, y destacó la importancia de haber conformado un grupo totalmente femenino.

Especialmente, en un tiempo en el que las mujeres pueden y deben hacerse oír, Furia Kalo es un grito de libertad, que además pretende “dignificar el trabajo de las escritoras y su justo reconocimiento y remuneración”.

Estaba claro que Eloína Sánchez, conocida en el mundo Hip Hop como La Reina Omega, no se iba a contentar con acompañar con su guitarra al resto de las poetas. Al contrario, dejó caer letras de extremada belleza, y lo hizo, muchas veces, sin apoyo visual. Lección de poesía oral.

La propia Silvia Rivero, continuó un recital que envolvió al público durante hora y media. Si el cielo estaba gris, la líder del recientemente clausurado grupo El Club Los Putos Poetas y Codirectora de Carpe Diem, trajo nubarrones de tormenta como poca gente sabe hacer. Oscura y desgarradora, sus poemas no dejaron indiferente a nadie.

Elizabeth Luna, otra conocida poeta de La Resistencia (me refiero, también, al conocido Carpe Diem), quiso mostrar a una niña con la cabeza repleta de monstruos, que decide sacar a pasear, desdibujando las líneas que separan lo onírico de lo real, y adentrándose en una versión de sí misma profunda y dolorosa.

Ana Cabrera estuvo divertida y provocadora con el público y pidió constantemente que apadrinaran a una poeta. Genial y directa, y sin pelos en la lengua. Y sí, según parece, “la poesía es el puto nuevo Rock'n'Roll”.

El desamor tuvo su representación en la voz de Elvira Piedra, que mantuvo el nivel, con más tristeza que ira y, en total armonía con el público y sus compañeras. Sacó su dolor a pasear por la Calle de Las Palabras.

Al terminar, se quiso más, obviamente. Y hubo más, hasta que se pudo. Solo las campanas de la iglesia consiguieron romper el sueño y recordarnos a los asistentes que era la hora de comer. Y marchamos, con versos cosidos a la piel y la determinación de observar, cada vez más, y dar valor a las creaciones femeninas.

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